Alimentar a las aves en nuestros jardines se ha convertido en una actividad entrañable para millones de personas en todo el mundo. Esta práctica, que comenzó con la conocida frase victorianas de “dos peniques por una bolsa de semillas” para alimentar a las palomas de Trafalgar Square, ha evolucionado hasta convertirse en una costumbre arraigada en más de 17 millones de hogares en el Reino Unido. Se estima que cada año se destinan alrededor de 250 millones de libras en alimentos para aves, lo que equivale a más de 150,000 toneladas de semillas. Esto es suficiente para alimentar a la población reproductora de las diez especies de aves más comunes tres veces durante todo el año.
Sin embargo, detrás de esta tradición se ocultan implicaciones ecológicas que nos obligan a reconsiderar el impacto de nuestras buenas intenciones. El doctor Alexander C. Lees, investigador de biología de la conservación en la Universidad Metropolitana de Manchester, nos recuerda que “el suministro constante de comida puede tener efectos no deseados sobre las aves menos dominantes”, generando un desequilibrio en el ecosistema.

Un Beneficio Doble: Para Nosotros y las Aves
El acto de alimentar a las aves no solo proporciona beneficios emocionales y psicológicos a los seres humanos, sino que también permite la creación de una conexión más profunda con la naturaleza. Durante la pandemia, cuando muchos de nosotros nos vimos limitados en nuestra capacidad de disfrutar de espacios naturales, los jardines se convirtieron en un refugio para la fauna silvestre.
“Al alimentar a las aves en nuestros jardines, contribuimos a mejorar el bienestar humano, pero debemos preguntarnos si realmente estamos ayudando a las aves”, explica Lees. Mientras que algunas especies han prosperado gracias a este suministro constante de alimentos, muchas otras, especialmente las más débiles, han sido desplazadas.
El Dilema de las Especies Dominantes
Específicamente, algunas especies como el carbonero grande han experimentado un aumento notable en su población, un crecimiento del 40% en los últimos 25 años. Este fenómeno se ha visto favorecido por la competencia desmedida por los recursos alimenticios. Estas especies dominantes no solo han ocupado los comederos, sino que también han monopolizado los sitios de anidación.
Sin embargo, las especies más débiles, como los tits de alamedas o los pájaros moscones, enfrentan serias dificultades. Como explica Lees, “al estar relegadas a los márgenes del orden natural de competencia, estas aves se ven forzadas a desarrollar estrategias complejas, como excavar sus propios nidos o almacenar alimentos para el invierno”. Sin embargo, estas estrategias son ineficaces cuando los comederos proporcionan un acceso ilimitado a las aves dominantes.

Enfermedades: Un Efecto Colateral
A medida que los comederos se convierten en puntos de encuentro para una variedad de especies, también aumenta el riesgo de propagación de enfermedades. En 2005, la transmisión de un parásito desde las palomas a los jilgueros provocó la desaparición del 66% de la población de pinzones verdes en solo una década. Más recientemente, el aumento de infecciones en pinzones debido al parásito Trichomonas y al virus del papiloma ha seguido la misma ruta, exacerbando la amenaza para las especies menos resistentes.
Mejorando el Hábitat: Un Camino Sostenible
La solución para proteger a las especies más vulnerables podría no residir en dejar de alimentar a las aves, sino en mejorar los hábitats naturales. Como subraya Lees, “la mejor forma de ayudar a las aves no es solo a través de la comida, sino proporcionando un entorno que les permita prosperar de manera sostenible”. Esto incluye la plantación de especies nativas que ofrezcan recursos durante todo el año, la creación de charcas o la sustitución de vallas por setos.
“Permitir que la naturaleza tome las riendas en nuestros jardines, fomentando la biodiversidad de forma activa, es una de las formas más efectivas de apoyar a la fauna local”, concluye Lees.
Conclusión
El acto de alimentar aves en el jardín, aunque bien intencionado, puede estar contribuyendo a la diseminación de especies dominantes y poniendo en riesgo a las más vulnerables. Si bien algunos pájaros se benefician de este suministro constante de comida, el panorama general de la biodiversidad se ve afectado. La clave está en repensar cómo podemos mejorar el entorno natural de nuestras aves, en lugar de centrarnos únicamente en la alimentación. Como comunidad, debemos adaptarnos para promover un ecosistema más equilibrado y saludable, en el que todas las especies puedan prosperar.